Otra vez






Kamikaze


Crecí desde el dolor incierto que me provocaba no saber cuándo iba a provocármelo

yo que sé, habrá algún lugar en el que sentirme algún lugar seguro en que sentirme.

Volverá a llover cuando menos me lo espere cuando menos te espero siempre cuando te espero siempre llueve porque siempre necesito que me empapes.

Mi infancia fue un arañazo en una piel limpísima y dulce que no esperaba el abandono incalculable de una madre que quizá no supo serlo.

Después los catorce embarrados de un amor antiguo que nunca llegó a nacer.

Los quince sobre mi piel de mantequilla trazados con cuidado y con miedo por unos dedos suaves e indulgentes que me soñaron blanca y valiosa y supe desenvolverme fácil con gritos y ceguera y con tus manos y un silencio absoluto que me devolvía la cruel realidad y la sana distorsión de un amor que parecía calcarme en la piel el dolor más inútil que es el del amor mal hecho.

Abres la mirada y parpadeas el aire que encierra mucho tiempo malgastado y llegas a ponerte de puntillas sobre darte cuenta de que todavía tienes dieciséis y toda la vida perfectamente anudada en los tobillos.

Cuando cumplí diecisiete todavía no los tenía y esperaba una soledad efímera o inexistente que no me aplastara los pulmones, pero me hizo polvo el suspiro y cada respiración.

Todos mis veinte lloraron mis diecinueve porque la mujer que quise nunca llegó a serlo y quería escucharme decir que todo me daba miedo que nada era como debía pero nada supe abrirme tanto el corazón como necesitó el mío para desayunar alguna mañana y contarte que no esperaba nada pero ojalá lo hubiera tenido.

La última vez que me vi estaba ciega de amor y decidí criar cuervos en mi estómago para que algún día sacaran los ojos a quien se atreviera a tapármelos.

Pero tuve una canción atravesada en los párpados y todo el horror del mundo cubriéndome hasta las rodillas y veintiséis años y un cuerpo vacío por volcarlo sin miedo pero asustada y crecí llorándome encima y con la lluvia que cae sobre la lluvia caída que desvanece la sangre que aguanta mi pecho un pecho suave y dulce como hecho de agua.

Sigo notando el frío que me corta la piel cuando me siento sola cuando me dejo sola y no encuentro salida a la soledad de mi cuarto sin ventana de mi memoria voraz y fría y áspera y a los pasillos blancos de mi cabeza ni veo el final de la tristeza que nunca parece suficiente pero acaba en algún sitio en el que empieza otro donde los girasoles tuercen sus huesos al calor

Me duele abandonarme en los peores momentos en hoteles desnudos en rincones profundos en un llanto angosto en el color violáceo del insomnio en farolas semidestruidas en 
y no cuidar esta cara de niña que no sabe posar la mirada que necesita descansarla y amarme desaparecida o desaparecer amándome con insistencia y suavizar el dolor que me provoco y ojalá lo imposible fuera más suave y no permaneciera triste y azulado en el borde de mis ojos

Siempre subestimo el daño que puedo hacerme y amanecen en mí cada mañana mil más en las que me despierto sin haber dormido en las que amo la sed de las personas que me la provocan en las que soy una auténtica niña una mirada de mujer una marea enfurecida en las que para estar a la altura tienes que acabar precipitarte en las que no pienso lo que hago solo siento lo que digo y por eso acabo rota o casi entera
rozando todos los abismos
que llevan mi nombre
y yo sigo amando sin mirar por dónde.

Comentarios

Entradas populares