Invencibles.




No supe qué hacer desde el principio porque no sé dónde está el final.

Un dolor inútil me sacudió la existencia,
me empuñó el vientre y se hizo hueco entre todos mis sitios.

Se hizo hueco y me hizo honda y profunda como todas las heridas hondas y profundas que ocultan abismos

y yo me desmerezco cada vez que recuerdo que yo soy el mío.

He dejado de buscarme porque no me encuentro bien,
ni del todo porque existo áspera y respiro con la dificultad de quien lo hace aun no queriendo.

Se extienden en mí caminos y se abren ventanas desde las que arrojar mi miedo y hacer de mí el lugar en el que cuidar, reparar, construir algo parecido a una mirada invencible.

Y la niña de mis ojos llora, pero vence la ausencia porque toda mi vida me espera porque toda su vida le espera porque se hace mayor
y yo heridas que me curo en silencio porque mi cuerpo es del dolor, de la plegaria, del destiempo que me llueve y me borra.

De mí nace el daño que me hago y soy vulnerable en la memoria porque en ella sigo entera y me extraño en la firmeza

y me siento huérfana de mi existencia

y me siento sola porque lo estoy

pero presiento un lugar,

un color en el que recién nacida volver a crecer despacio para hacerlo bien

pero asumo la pérdida cuando escribo en el frío de aquellas ventanas por las que miraba cuando soñaba amapolas y no ríos bravos entre mis piernas
 y me recuerdo;

‘debajo de las cicatrices sigues estando tú’,

aunque insatisfecha aunque inconclusa aunque perdida

aunque anide el miedo en tus lunares y guardes el frío gris en tus ojos.

Coloco flores en los huecos donde antes ardía la carne y sueño en alto tener una hija a la que amamantar con todo el amor que me quitaron a mí y poder decirle: ‘hija, eres una guerrera, tú naciste de mi lucha’.

Y ocurre el silencio ensordecedor en mis huesos
el silencio de antes del grito
el silencio es el grito.

Me sube la fiebre por las paredes mientras suplico que se derrumben y volcar la luz que llevo dentro y desenterrar los colores 
hundir la cabeza en mi pecho y edificarme en cada latido.

Mudo la piel pero no el vacío que me he dejado y tampoco la sangre que mancha mi desnudez ni el cuerpo que recuerda el suplicio.

Me levanto de mí misma y defiendo mi aliento porque es lo único que todavía no he perdido.

Soy la mujer de la vida de todas las que llevo dentro;
la mujer que sigue de pie a pesar de los golpes que golpea a pesar del cansancio que respira boleros y escala montañas y es la montaña y llora la indiferencia ajena al dolor propio y se ve morir en el mármol frío de cualquier suelo y manera.

Y todas las mujeres que padezco observan la enfermedad y enferman conmigo y se compadecen de mí y no me siento tan sola aunque sigo estándolo.

Me lloran por dentro todos los rasguños y los mirlos de mis ojos destiñen blancos libertad

Y me late el corazón en los ovarios y arde el aire que los rodea porque dura el dolor pero por lo menos sé dónde lo siento y todos los cristales rotos se vuelven a romper y yo bailo encima porque soy capaz de soportar el arañazo si después puedo curármelo sola.

Ya sabíamos desde siempre que era yo la que me iba a impedir respirar 
pero he sabido apartar las manos a tiempo del fuego de mi garganta para dejarme pasar.

Y asumo lo incurable y nos dejamos ir porque amo mi dolor y por eso se extingue porque todo lo amado se apaga como todo lo que alguna vez se incendió.

Todas estas cenizas descansan en paz y ahora soy yo la que baila desnuda alrededor de la enfermedad y toco el olvido con los mismos dedos con los que antes me recordaba la misma.

Y sigo buscando un final justo en el que sea necesario sentarme a salvo y sentirme cómoda y dejarme volver hasta mí

para poder convertir todo el viento en contra en un huracán a favor.



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