Poema sobre cómo sostener el humo.
‘Cuando el miedo atraviesa la piel los tendones se crispan,
El cabello se eriza,
Cuando ese miedo te hace prisionera,
Y te saca encías y dientes’.
No encuentro horizonte y cada vez habito más lejos del
antes;
encontré una manera de existir en la que me asusta menos la
marea baja que desentierra el dolor porque levanta la piel y me cura el aire y
la sal que se posa en mis grietas.
No sé qué será de mí dentro de dieciséis minutos, no sé en
qué momento decidió quién que yo debía vivir en un laberinto dentro de un
laberinto en lo más íntimo de una habitación tan pequeña como me hago cada vez
que pierdo razón y el por qué.
Pero todo lo que amo está bajo el sol.
No seré colibrí; carezco de sus brutísimas alas,
pero no poder volar me invita a querer hacerlo,
a pensar en hacerlo,
a amar el intento.
Haré nacer el dolor desde lo más absoluto y simple;
No envolveré la angustia, no adornaré este nudo.
Fui concebida en una jaula donde permanecí inquieta
doscientos setentaitrés días;
jaula porque fue cárcel;
cárcel porque quise ser libre y, hasta hoy, mi pecho no
dejaba de recordar que alejarme de lo conocido era crecer hacia lo desconocido
y amamantar mi vida que es mía, mía, mía, solo
mía.
Hiedra venenosa que me imagina mal, que limita mi espacio,
que me arranca el tiempo…
Puedo fingir belleza y aparentar tranquilidad aunque me
absorba la taquicardia;
puedo, también, manosear la tristeza hasta desgastarla;
acariciar el sufrimiento y darle de comer hasta que se canse y dejarle dormido
en cualquier rincón,
lejos
de
mí.
Me lloran las puertas, las cuestas me cuestan, los pellizcos
me pellizcan;
todo me recuerda que soy humana y no pájaro.
Esclava de trenes,
cuadernos, carreteras, desengaños, zapatos, manecillas, idiomas, bragas,
semáforos, edificios, normas, ‘noesasí’, renglones… que me dictan por el dónde,
cuándo y cómo de mi vaporosa existencia.
Yo, que palidezco buscando salidas;
que confundo el ‘quizá’ con el amor…
yo, que aprendí a vivir entre cuatro paredes;
reclamo mi trocito de oxígeno para poder dejar de
necesitarlo cuando me dé la gana.
Mi cuerpo; refugio de septiembres malgastados, infancia valiente y de colores sonrosados, canciones insatisfechas, torpes intentos de ausencia y sangre.
Comienzo a caminar, tranquila, por todo el tiempo perdido y observo el escaparate de enfrente y dibujo con el dedo en el cristal las ganas de viento y alféizar.
Desnuda, contengo la respiración y el miedo entre las manos
Voy a vivir en la imprudencia de mi propio huracán y me dejaré volar.
Amputar el miedo, sanar el temor… pronunciar cada instante;
voy a afinar mi estúpida voz para pronosticar buenos tiempos.
Habitaré la ilusión del principio como si nunca hubiera
vivido uno y bailaré con destreza la paz que anidará en mi vuelo.
Notar las esquirlas de la nostalgia en las yemas de mis
dedos;
qué perturbador y complejo es encontrar un rayito de sol
cuando llueve y llueve y llueve…
Pero a veces me
perdono, me dejo respirar;
y me sabe la boca a tierna
profunda
y
merecida
libertad.
y me sabe la boca a tierna
profunda
y
merecida
libertad.
Lo más fantástico de los comienzos es, precisamente, que son ciegos y desmemoriados. Por eso muchos de ellos sirven para contar historias que merezcan ser contadas. Tengas muchos de ellos. Y sean hermosas las historias que principien.
ResponderEliminar<3
EliminarNo dejes jamás de escribir.
ResponderEliminarLa nostalgia la llevamos en la piel de cada diario.
ResponderEliminarUn abraz☆ de luz