Quemadura de primer grado.



                                                        



He dejado un puñado de palabras encima de la mesa,
no dudes en tirármelas a la cara si me ves llorar.



Me lo he tragado.

Lo he guardado.

También me lo tatué en el esófago.

Lo he tenido bailando en el estómago.


Me ha hecho cosquillas en los pies.


Me ha hecho llorar.

Me ha acariciado hasta quedarme dormida.

Ha atravesado mi ventrículo izquierdo para quedarse a vivir en el derecho.
Me ha quitado la palabra de la boca.

Ha sabido quererme como nunca nadie.

Se ha acomodado en mi cama, para quedarse;
para siempre.
He sobrevivido gracias a él,
pero me ahoga si me intento escapar.

Me cose la boca.

Me apuñala por la espalda cuando le miro por el espejo.

Me clava aguijones en las plantas de los pies.

Me sutura las heridas a la vez que mete los dedos hasta el fondo y toca hueso.

Juega, como un hijo de puta, con mis ganas y el gesto de mi boca.

A veces, incluso, me enseña a morir despacio cuando atacan las mentiras.

Se me acumula en el paladar como una pistola, cargada de sí mismo,  apunto de disparar a éstas ruinas.

Está construyendo un cementerio con todas mis tumbas mientras finjo paz en medio de la guerra.

Se atreve a aparecer y a ponerme un cuchillo en la garganta si me atrevo a pronunciar a su enemiga.
Todas las noches se desnuda y empieza a lamerme entre las piernas.


Inevitablemente he sonreído al verle y le he exigido que me cure el aquí y el ahora.

Vestirme de víctima tampoco ha servido para despistarle;


Así que al final del principio de un día decidí vomitarlo, sin escupirlo.

Sospecho que, de un momento a dos, va a invadir cualquier miércoles y voy a asesinar su boca a besos.

Lo hice mío, y desde entonces, me llevo mucho mejor con él.


El silencio sabe lo que dice,
cuando yo no digo nada.




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