Encantada, pero ya nos conocemos.
'Qué hermosa puede ser una mujer semidestruida,
brilla con la verdad decaída de una ciudad antigua y sucia,
sus ojos son callejones, son territorios donde transitar para reconocerse.'
Cristina Martín
La vi tumbada en la
escalera, fumando, como si supiera que mañana se iba a acabar el mundo;
Como si mañana fuera su
primer día de colegio o tuviese que cortarse el pelo a la altura de los hombros
porque le tocaba cambiar.
De vida.
Tenía los ojos azul
miedo y la misma herida de siempre, metía los dedos hasta el fondo, saboreando
con la yema de sus dedos el dolor que no quería dejar de sentir.
Todavía no ha escuchado
su canción favorita,
pero muchas hablan de
ella.
Pierde la razón y los
papeles;
el corazón sigue estando
en su sitio -juraría que en el pecho-
pero más de un día la vi
revolviendo los cajones en busca del alma perdida.
La he visto desnudar
sonrisas y humillar al sol,
ser mapa y tesoro al
mismo tiempo,
cerrar la boca para
abrir los ojos.
Un día decidió pasar de
todo para dejar paso a la indiferencia más absoluta.
Ese mismo día se mintió
evitando mirarse al espejo y con la libertad de un pájaro,
empezó a escribir.
Limpió su conciencia y
se acordó de olvidarse de todo;
menos de ella.
Se besó las rodillas a
cámara lenta,
la contemplé mientras se
despertaba
la vi ser capaz e
inocente.
Existir en soledad y
merecer un ‘para siempre’.
Enamorarse del invierno,
ahogarse en libros y ser gilipollas.
Sabe bailar el silencio
y limitar sentimientos.
Un día, como otro
cualquiera, la vi tumbada en la escalera, fumando, como si supiera que hoy
se iba a encontrar por dentro.
Entonces me levanté,
besé el espejo;
y me juré ser feliz
en superlativo.
Y, desde entonces, no he
vuelto a conjugar verbos en pasado.
El cierre me pudo sorprender, y lo mejor: proponer.
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