Hola, ¿sigues ahí?



Te vas a girar cualquier noche en la cama y te vas a encontrar con todas las caricias que no te di.

Un día te mirarás al espejo y verás en tus ojos todo el dolor que un día me regalaste.

Vas a lavarte la cara, queriendo quitarte la culpa de encima y te vas a creer, por un momento, que lo has conseguido.

Después te vestirás con la ropa que un día yo te arrancaba sin tocarte; te pondrás esa camiseta que tanto te gusta y los vaqueros rotos, que se te caen a pedazos; soñando que me peleo con tu cinturón para desabrochar las ganas que tienes de follar cada mañana.

El café te va a saber más amargo de lo habitual; no estaré yo encima de la mesa comiéndote el cuello mientras te endulzo la vida con alguna que otra sonrisa entre dientes.

Se te va a olvidar cerrar la puerta con llave; esa que yo he abierto tantas veces para no volver, pero he cerrado otras tantas para no perdernos.

Tendrás que pasar por delante del bar de siempre. Con los de siempre. Pero sin mí. Cerrarás los ojos para no ver mi ausencia reluciendo en todos los escaparates de Gran Vía.

La rutina te comerá, pero nunca como yo.

El trabajo te asfixiará, la corbata te ahogará y los papeles te amputarán esa poca energía que te queda para dar los buenos días.

Te reirás de algún chiste malo; y entre carcajada y carcajada, verás mi cara mojada como aquel día que nos llovió por dentro.

Abrirás el primer cajón y encontrarás la foto que no nos hicimos porque nos enamoramos de un instante que no hacía falta inmortalizar porque prometimos que nunca lo íbamos a olvidar;
descubrirás debajo de todas las carpetas, esa factura de aquel hotel de la noche en la que nos desvivimos porque, literalmente, se quedó allí un poco de nosotros impreso en las paredes de esa habitación blanca que rezumaba insomnio por todas partes.

Saldrás corriendo de ese trabajo inútil y cogerás el coche destartalado que tantas veces nos dejó tirados en esas carreteras perdidas de tu mano y verás a la nostalgia sentada de copiloto susurrando mi nombre.

Irás corriendo, sin mirar, fijándote en la nada que te espera delante de todo lo que te rodea creyendo que al final de ese túnel oscuro y sombrío vas a encontrar un poco de luz que ilumine esas noches en vela.

Caerás en el sofá, desplomado, con las ganas por la bragueta y cerrarás los ojos mientras metes tu mano en los pantalones para masturbarte por sexta vez antes de desmoronarte en la cama para dormir tres escasas horas y tener que volver a abrir los ojos y enfrentarte, otra vez, a ti mismo.

Te girarás, como todas las mañanas, y verás los besos en la almohada y los orgasmos que me robaste; chocarás con la felicidad que nos faltó y te preguntarás cuántas noches más tendrás que aguantar el peso de tu conciencia, mi presencia indirecta en tu cama, el olor a sexo que desbordan los cajones, la ausencia de ropa interior por el suelo…

Y entonces te verás sin mí y dudarás cuántos abrazos habrían hecho falta para que me quedara una vida más contigo.

Te darás cuenta de que, a pesar de las volteretas, nunca supiste estar a mi altura y pensarás ‘ojalá no hubiese dormido nunca solo por no perder ni un solo minuto contigo’.

Y sentirás, de repente, que la vida murió el día que me dejaste marchar.



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