imbécil.


Vamos a corrernos, dices.
Y toco fondo todas las noches.
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Ya no sé cuántas mentiras más voy a tener que inventarme para que dejes de quererme, corazón.
Mentiras que, entre el café y el polvo de por la mañana, nos contamos echándoles azúcar para que escuezan un poco menos.

Tómatelo como una despedida, o con vino, que sienta mejor.

Con tanto mentir, se me ha olvidado quererte, y también dónde dejé el corazón la última vez que me lo quité, con los calcetines de colores que tanto te gustaban.

Intento abrir el libro por la página dónde lo dejaste la primera vez que me sonreíste, pero se ha borrado el número.

Que estoy harta de polvos, de pasar el plumero por la cama y de catorces de febrero. Porque ya no quedan te quieros, ni abrazos, ni sonrisas.

Aunque, bueno, siempre hay un momento en el que los bares cierran, y yo, con ellos.

Y me tengo que tomar la última en mi casa, conmigo. Porque yo todavía sigo en la cama, desde ese sábado, en el que tú te fuiste y yo me quedé, como siempre, entre las sábanas.

Te debo algunos orgasmos, y los libros que te dejaste encima de la mesa. En la que me lo hacías cada noche.

Yo era tu nudo en la garganta, tus ganas de bajar cremalleras y arrancar ropa. Y tú, nunca fuiste, ni serás; para mi.

Te he cambiado por el vino, el tabaco y otras más duras, que me salen mucho más baratas.

Que ya no sé cómo decirte, ni qué escribirte, para que entiendas, mi vida, que esto no puede seguir así.


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