De ilusión también se muere.
Y ahí
estaba yo, sentada enfrente.
Con las manos ocupadas; en una mi cigarro
fumado por el viento, y en la otra tus gritos, reproches, malas caras,
celos, mis noches de locura, tus mañanas
de cabreos y nuestras putadas continuas.
Y ahí
me quedé.
En el banco de siempre, en el parque de todos los días, a la misma
hora.
Esperando a ver si se te pasaba mientras se me caían las pestañas
mientras tu parpadeabas.
Y tu me
mirabas, con esa cara de cordero degollado, de víctima atropellada por mi, como
si el amor que había entre nosotros ya no te importara, como si yo tuviera la
culpa de que tu mundo ya no fuera putamente perfecto.
Lo
teníamos todo y lo perdimos por el camino. Se nos fue cayendo de los bolsillos
esos “te quiero” y esas risas, y el sexo.
Y
entonces te creíste con derecho de abrazarme. Y no, no lo tenías. Igual que no
tenías derecho a tirar mis noches en tu cama, y mis mañanas de besos o mis
mordiscos de cada día.
Asique yo,
callada, te miraba mientras por dentro me rompías un poco más, igual que
rompiste nuestras fotos, o igual que destrozaste mis uñas cuando te esperaba
despierta cada noche. Igual que cuando quemaste aquél libro que empezamos a escribir hace 1
año, y que no hemos sido capaces de terminar.
Y me
manipulabas a tu antojo, como tantas otras veces. Me dibujabas como querías, me
calabas y me drogabas contra mi voluntad.
Olvidabas
tus mentiras, mientras me tirabas a la cara las canciones que compuse para ti y
los bailes alrededor de la mesa de la cocina.
Las cenas
y las comidas, y las corridas que te dediqué, ahora estaban por el suelo de ese
parque tan nuestro, que ahora ya era sólo mío.
Tu tan
gilipollas, y yo tan digna. Y así. Cuando lo único que queda entre nosotros es
mucha ropa, y gritos, lo mejor es quitárselo todo.
Asique
ahí estaba yo. Y tu enfrente.
Mirándome la boca que tantas veces habías
mordido, y a la que pocas cosas le
quedaban por decir.
Mientas por dentro pensaba “esto sólo puede acabar en
cicatriz; que a lo mejor me estabas haciendo la guerra porque ya no sabías cómo hacerme el amor"
Y tú
puedes gritar, llorar, escupir, morirte de rabia, y volver a gritar…
Que yo
mientras me callaré, como una puta.
Porque “el
silencio es el grito más fuerte” y yo te estaba dejando sordo.
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