Dulce inexistencia.







Amé los secretos porque te escondían a ti.

Utilicé sinónimos porque me quitaste todas las palabras.

Cultivé mi cuerpo y regué mi mente.

Me arranqué el corazón para que no pasaras hambre.

Dibujé tu casa en mi vientre.

Desenredé las mentiras.

Encontré la solución y te hice poema.

Me hice viento para soplar bajo tu falda.

Evité miradas que me querían tocar con los ojos.

Hable del nuestro, del futuro y del nosotros.

Lloré para impedir tu sed.

Me disloqué la lengua para trazar tu mapa.

Te di la razón, mi tiempo y la mano.

Jugué con hielo para que jamás te quemaras.

Desperdicié mi libertad regalándote mis alas.

Te hice hueco de ternura en mi pecho.

Me inventé la hora y soplé el viento en otra dirección.

Me hice kilómetros para que me recorrieras.

Te follé.

Olvidé la música porque no querías bailar conmigo.

Críe cuervos que luego sacaron los ojos a otros.

Me hice polvo de tus costillas.

Anduviste por mis ramas.

Fuiste mi país de las maravillas.

Miré con ternura los restos de mi existencia.

Crecí sabiendo menos de lo que debería.

Fui el tipo de persona que prefiere perder la guerra para que tu ganaras la batalla.

Te creí.

Ahora parezco entera siendo solo la mitad de lo que seré y he entendiendo que nunca fui la mitad de lo que podríamos haber sido.

Puedes andar por las ramas de este árbol caído, joderme viva para que me muera, demostrarme que las canciones solo son canciones y que el amor se escribe con la sangre del que llora.

Estoy hecha a golpe de viento. De arena y alambre; de jazmín y azúcar.

Soy lo que he perdido, porque también somos lo que hemos perdido.

Y sangre y una herida en el vientre que parece tu nombre.

Me cuento impar, arrasada y con todo el dolor de mi corazón bombeándome en la garganta.

Ahora me arranco todas las ciudades que llevo escondidas en los ojos, no me quedo nada ni para siempre; tampoco para ti.

Ahora no tengo motivos para estar triste, ni razones para ser feliz:

tú te lo llevaste todo.

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