A mí la vida me enseñó que.

Se sentó en el marco de la ventana,
como si se tratara del precipicio de sus ojos;
por el que se tiraba cada noche al encenderse el porro de despedida.

Y entonces sonreía,
como si la estuviese mirando la vida
y no pudiese evitar maltratarse pensando que ella era la cicatriz que no se había cerrado,
la herida que no dejaba de sangrar.

Fumaba,
como rozando los últimos veintitrés años de insomnio y desequilibrios.

A base de reescribir finales felices se había tatuado un infeliz final.

Y mirando por la ventana,
como si viese su espalda,
se mordía los labios;
como si al hacerlo mordiera la incoherencia de sus manos al tocarla.

Se besaba los desastres,
como si al hacerlo borrara la violencia con la que se miraba al espejo;
como si, por un momento, la felicidad le cogiese la mano y besara sus nudillos uno a uno;
aún a riesgo de saborear las magulladuras de los golpes certeros de caballeros andantes que,al final,resultaron ser más andantes que caballeros.

Entre delirio y cerveza corría las cortinas,
como si al hacerlo estuviese cerrando esa puerta que nunca había abierto.


Era fría;
pero a la vida le damos igual,
y el amor no tiene temperatura;

y, sentada en su ventana, 
decidió dejarse caer; 
y se dio cuenta de la escasa diferencia que hay entre volar y querer.

 Y querer es una putada,
porque nadie te avisa de que al final acabarás en cualquier ventana queriendo saber volar.









Comentarios

  1. "Y querer es una putada,
    porque nadie te avisa de que al final acabarás en cualquier ventana queriendo saber volar."

    Brutal

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